Tres preguntas para usar la tecnología en educación

¿Tecnología en educación? Por supuesto que sí. ¿A toda costa? Desde luego que no. El autor de este artículo reflexiona sobre este importante asunto a través de tres preguntas fundamentales.

Tres preguntas para usar la tecnología en educación

El siguiente artículo ha sido escrito originalmente por Jordan Shapiro para WISE ed.review. Para leer el artículo original en inglés, haga clic aquí. Sigue la actualidad de WISE en @WISE_es.

La tecnología en educación está de moda. Apenas pasa un día sin que leamos un artículo o tengamos una conversación en la que alguien argumente que “la educación es el único sector que no ha abrazado las tecnologías del siglo XXI”. “El mundo ha cambiado” – así es como sigue el discurso – “y, mientras que cualquier otra industria se ha adaptado, la escuela no lo ha hecho”.

Suena convincente. La adopción de herramientas y tecnologías que ayuden a los docentes a tener más impacto en la vida de sus estudiantes está fuera de toda duda. Pero debemos hacerlo porque funciona, y no por una mal entendida obsesión con el progreso, la novedad, la innovación y lo disruptivo.

Para asegurar que los educadores eligen la tecnología por las razones correctas, a continuación ofrecemos tres preguntas que puedes hacerte antes de elegir la tecnología para el aula.

1. ¿Hace que el contenido académico sea más significativo?

Con todo el debate sobre las competencias del siglo XXI, es fácil dejarse llevar por las nuevas alfabetizaciones y buscar tecnologías que contextualizan las habilidades académicas dentro de los casos de uso actuales. Sin embargo, si hay algo que sabemos con certeza, es que la forma en la que usamos el conocimiento está destinada a cambiar. El dilema es que, si bien es cierto que no debemos enseñar directamente las competencias laborales actuales, tampoco podemos imaginar qué competencias se demandarán cuando los estudiantes de hoy se conviertan en adultos.

Por suerte, la educación no trata de capacitación para el trabajo. Por el contrario, es la forma en la que la civilización ejerce la crianza y el cuidado de sus niños. Formamos a nuestros jóvenes como ciudadanos reflexivos, enseñándoles los acuerdos sociales y epistemológicos de un colectivo cada vez más global. El pensamiento crítico y la capacidad de manejar los lenguajes académicos con los que nos articulamos a nosotros mismos son las habilidades clave que nos permiten seguir siendo flexibles ante un mundo en perpetuo cambio.

Por lo tanto, sin perder de vista la naturaleza dinámica de la experiencia humana, los profesores, administradores y responsables políticos deben buscar tecnologías que ofrezcan las experiencias de aprendizaje más significativas. Y ese no es un criterio tan abstracto como parece. Solo hay que recordar que todas las buenas implementaciones tecnológicas permiten a los alumnos ser más creativos. Las buenas tecnologías digitales en el aula ofrecen oportunidades para que los alumnos puedan imaginar de forma lúdica cómo los contenidos académicos podrían aplicarse al mundo de sus sueños.

2. ¿Humaniza o mecaniza el aula?

Desafortunadamente, en los últimos años, se ha priorizado la aplicabilidad sobre la teoría. Esto no ha sucedido por casualidad. Privilegiar la acción por encima del pensamiento es la ideología del mundo empresarial y corporativo. El problema es que las escuelas que funcionan de acuerdo con la “sabiduría empresarial” es precisamente el paradigma de pensamiento que condujo a los procedimientos de pruebas de alta exigencia que actualmente asolan a los Estados Unidos. Los resultados del aprendizaje se han convertido en márgenes de beneficio. Medimos los dividendos que nos reportan las inversiones en tecnología e infraestructura. Vemos a los niños como recursos industriales evaluados en función de su capacidad para adquirir “competencias laborales”. Y, por alguna extraña razón y, pese a todas las pruebas que demuestran lo contrario, seguimos esperando que estas métricas se correlacionen, de alguna manera, con adultos reflexivos, éticos y responsables.

El problema fundamental es un tipo de pensamiento determinista, que ve la causalidad a través de una metáfora de la mecanización: como si los alumnos fueran máquinas que se programan, se modifican y se ponen a punto. Evaluamos la capacidad de los alumnos para ejecutar operaciones, por lo que privilegiamos la regurgitación de hechos en lugar de la capacidad de dar sentido a través de la metáfora de una manera reflexiva y contextualizada. Valoramos más la precisión que la poesía.

Si nuestras tecnologías educativas solo pretenden mantener el paradigma actual de precisión con mayor economía y eficiencia, empeorarán las cosas. Sin embargo, los dispositivos que ayudan a nuestros alumnos a ver la falibilidad propia del pensamiento humano, tienen el potencial de aportar una nueva vitalidad a nuestras escuelas.

3. ¿Cuál es el mensaje implícito?

La escuela es, en última instancia, una “tecnología del yo” (tomando prestada una frase de Michel Foucault). Implica un proceso sistemático a través del cual alimentamos el sentido de agencia, el decoro y la responsabilidad de los individuos. La escuela es la estructura dentro de la cual las narrativas de la identidad personal y colectiva se contextualizan utilizando las estructuras intelectuales y habilidades académicas que hemos heredado de las generaciones anteriores. Las herramientas digitales tienen la capacidad de mejorar las escuelas. Pero tenemos que asegurarnos de que estas herramientas están alineadas con los resultados de aprendizaje que priorizan la dignidad humana en lugar de la prisa, el consumo y las métricas algorítmicas.

No nos engañemos pensando que las tecnologías educativas son neutrales. Los fabricantes quieren que creamos que las tabletas y los ordenadores no son más que herramientas que transmiten contenido académico a los estudiantes. Pero hacen mucho más que eso. En cada solución tecnológica hay una postura moral y ética, una imagen de la buena vida y una narrativa del yo idealizado. El éxito mundial de marketing de Apple es una evidencia de que los aparatos digitales no son sólo herramientas con las que manipulamos nuestro entorno, sino también puntales de una narrativa de identidad interpretada. La actual cosecha de dispositivos portátiles de todo tipo y condición presuponen que los consumidores deseamos difuminar los límites entre nosotros mismos y las herramientas digitales que utilizamos.

La forma en la que diseñamos y usamos las herramientas y las tecnologías enseña a nuestros hijos a dar sentido del mundo, a pensar en el conocimiento y la información y a relacionarse consigo mismos y con los demás. Asegurarnos de que estamos de acuerdo, en principio, con el mensaje implícito de la herramienta, con su visión de una forma ideal de ser, implica las preguntas más importantes que podemos hacer. Sin embargo, estas son las preguntas que obviamos con más frecuencia.

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