La importancia del docente en crisis humanitarias

En los campos de refugiados, la educación es reconocida como una intervención psicológica clave que fomenta la estabilidad mental y física. Sin embargo, sólo el 2% de los llamamientos humanitarios mundiales se dedican a la educación.

La importancia del docente en crisis humanitarias

El siguiente artículo ha sido escrito originalmente para WISE ed.review. Para leer el artículo original en inglés, haga clic aquí. Sigue la actualidad de WISE en @WISE_es.

dinaDina Pasic, Jefe de Programas, Wise (Qatar)

Cuando llegué por primera vez al campo de refugiados de Katsikas, en abril, como profesora voluntaria, me faltaba por aprender lo fundamental de una vivencia para la que ninguna experiencia anterior podía haberme preparado:la depresión visual inmediata de las condiciones del campamento, con interminables filas de tiendas de campaña sin suelo, sobre un lecho de rocas estériles, raciones de alimentos militares y el acceso a 20 baños portátiles insalubres para más de mil personas. Su simple vista te quitaba la dignidad y te avergonzaba: ¡Bienvenido al mundo desarrollado! La única señal de organizaciones internacionales de ayuda eran las alfombras de ACNUR que trataban de ocultar el suelo rocoso de las tiendas de campaña. Oleadas de niños corrían sin rumbo, lanzando abrazos y palmadas – sin datos disponibles, uno fácilmente podría haberse convencido de que constituían el 90% de la población.

Vine a enseñar y, con la experiencia previa de haber enseñado inglés como segunda lengua a poblaciones vulnerables, me sentía preparada para tal tarea. Mi preparación pronto resultó insignificante desde el contexto al que estaba acostumbrada; poseer infraestructura, estabilidad y calma. Aquí no existía la «escuela»: una tienda de campaña sin suelo saturada física y emocionalmente, traía confusión, no calma. Había cuatro bancos para cuarenta niños que hablaban cuatro idiomas diferentes, sin lengua común entre nosotros. Los cuarenta niños luchado por un espacio en los cuatro bancos, siendo los de primera fila los más disputados. Su hambre de atención e inclusión llevó a peleas por el espacio, que escaló rápidamente al lanzamiento de piedras, derramamiento de sangre y lágrimas. El trauma era palpable.

Después de abrazar a los niños violentos con cariño, de calmar a los niños llorosos con silencio y de distraer a los niños tranquilos con el A, B, C, la clase podía comenzar. A pesar de este ritual diario caótico, estos niños llegaban con entusiasmo. Su afán de aprender y participar superaba todos los retos. Se hizo evidente que el propósito de esta «escuela» era principalmente ofrecerles seguridad y normalidad, y posteriormente, aprendizaje.

Mientras que el adecuado refugio, los alimentos y las medicinas son las primeras necesidades en situaciones de emergencia humanitaria, la educación ha de venir en paralelo. Lo primero refiere al bienestar físico y lo segundo al psicológico. Viste el trauma ilustrado con lápiz y papel: los barcos cruzando, bombas cayendo sobre las casas, protuberancias con forma humana en el suelo, rodeadas de rojo. Nada se sugirió para que se provocaran estos dibujos.

En los campos de refugiados, la educación es reconocida como una intervención psicológica clave que fomenta la estabilidad mental y física. Sin embargo, sólo el 2% de los llamamientos humanitarios mundiales se dedican a la educación. En su definición de «educación de calidad» en situaciones de emergencia, las normas mínimas de INEE reseñan crucialmente que, ante todo, una educación de calidad, formal o no formal, debe proporcionar un ambiente de sanación. A través de las actividades educativas los alumnos han de ser capaces de recuperar su autonomía, aprender a procesar su realidad y, finalmente, volver a comprometerse con el contenido real.

Crear espacios que fomentan la seguridad y mantener un ritmo significa tener suficientes manos para manejar el caos diario. Siempre tenía que haber 3 personas: el profesor, el asistente y el apoyo. La seguridad y la normalidad requieren familiaridad. Nosotros, los voluntarios, no estábamos familiarizados con estos niños. No hablamos su idioma y ellos, sin duda, no nos respetaban. Vimos un nicho. Los jóvenes, en particular, no estaban siendo atendidos por las actividades educativas regulares, por lo que utilizamos métodos participativos para permitir su inclusión. Cuando se les involucraba como traductores, como asistentes de profesores, como entrenadores, el cambio en ellos era transformador, y el comportamiento en «clase» se hizo más manejable.

La decisión de hacerlos participar fue «ad hoc», un subproducto de la observación, pero había que hacer esfuerzos más específicos para darles autonomía y evitar que cayeran en la incertidumbre psicológica. El compromiso con la comunidad es el principio central de la sostenibilidad. De existir de manera significativa, estos espacios deben ser desarrollados con y por la población con el fin de adquirir el apoyo, el compromiso y asegurar su pertinencia.

Volví a Katsikas en agosto, preparada y emocionada de volver a abrazar el caos. Entré por la puerta lista para someterme a la multitud imparable de abrazos y palmadas, pero nunca llegó. A medida que me acercaba al espacio comunal vi cinco cobertizos de madera de colores brillantes rodeados por una valla, con una gran puerta sobre la que colgaba un cartel de «Mi Escuela ‘. Estaban llenos de niños.

La «escuela» se había desarrollado en la Escuela. Estaba organizada en cuatro niveles: los más antiguos eran los Blue Hats (los Sobreros Azules), a continuación los Green Hats (los Sombreros Verdes), después los Yellow Hats (los Sombreros Amarillos) y los más jóvenes, los Red Hats (los Sombreros Rojos). Una sala de profesores servía de reunión a la dirección del centro. Firas – de 27 años de edad, de Bosra – era el director de facto. Había un calendario de actividades diarias con una amplia gama de temas para todos los grupos de edad. Se había creado un ritmo que trajo normalidad a los niños y que, a su vez, fomentaba la calma.Por lo tanto, ¿qué es lo que ha cambiado?

Es cierto que un par de meses había sido tiempo suficiente para construir los espacios físicos, pero era, en realidad, lo menos importante. Lo que realmente había cambiado era la actitud de la comunidad hacia el limbo en el que se encontraba. Como Jigar, un profesor de la comunidad de la región del Kurdistán de Siria, dijo:

«Cuando empecé a enseñar allí los niños escalaban las tiendas de campaña, no respetaban el espacio, había muy pocos profesores. Estaba confundido y frustrado, pero me dije a mí mismo: ¿no deben estudiar estos niños? ¿no deben ir a la escuela?

Algunos de nosotros nos reunimos para abordar estas cuestiones mediante la organización de equipos de educación y construcción, y conseguir que las personas se implicasen, diciéndoles que debían estar involucrados en la educación de sus hijos. Tenemos alrededor de 150 niños que vienen a la escuela, si las organizaciones de ayuda no nos van a construir una escuela, vamos a construir una escuela nosotros mismos «.

Y eso es exactamente lo que hicieron. Reconociendo la necesidad de que sus hijos participasen en actividades educativas de nuevo, miembros de la comunidad se ofrecieron para enseñar la mayoría de las clases, ocupando los huecos con voluntarios.

La escuela es el centro de la vida comunitaria en Katsikas Camp y su creación fue impulsada por la necesidad de establecer la seguridad física y psicológica, el ritmo y la normalidad en un ambiente inestable. Tales espacios son fundamentales para el desarrollo del bienestar individual, potenciación de la comunidad y el fomento de la esperanza. Es esencial que reconozcamos el papel que la educación tiene que desempeñar en situaciones de emergencia humanitaria y también el del profesor. Abarca los mismos fundamentos básicos para el aprendizaje, donde la falta de estabilidad y previsibilidad (tanto mental como física) son los primeros obstáculos que hay que afrontar. En el contexto humanitario la educación es falsamente vista como un lujo, pero la disposición de estas actividades va más allá de la educación formal y es una necesidad básica esencial para el bienestar psicosocial de los desplazados.

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